4 de junio de 1942: un día para olvidar

Aclaración importante: Por todos es sabido que en la Batalla de Midway la afortunada llegada de los bombarderos en picado estadounidenses sobre los portaaviones japoneses, antes de que estos pudieran hacer despegar la segunda oleada de ataque (que sería dirijida contra los portaaviones estadounidenses) selló el destino de la batalla. Sin embargo, tal como surge de la lectura del desarrollo de la batalla, un simple retraso de 15 o 20 minutos en la llegada de aquellos bombarderos en picado hubiera permitido a los japoneses el lanzamiento de su oleada de ataque, contra los portaaviones enemigos por aquel entonces ya identificados. Ese retraso de escasos minutos, por múltiples factores perfectamente pudo haber tenido lugar. La historia es lo que fue, y eso no se puede cambiar, pero... ¿qué hubiera pasado si aquellos bombarderos hubieran llegado tan solo 20 minutos más tarde?.

Veamos que nos dice el autor del presente relato:

Primera parte

Midway, un soleado y caluroso día de primavera, La todopoderosa 1ª Flota Aérea del Vicealmirante Nagumo había emprendido una formidable tarea: destruir las defensas terrestres del Atolón de Midway y destruir la Flota de los Estados Unidos si presentaba batalla. Y así había sido; mientras los aparatos japoneses atacaban Midway un hidro de reconocimiento del crucero pesado TONE descubrió una agrupación de combate Estadounidense, pero desgraciadamente el Almirante Nagumo había recibido con anterioridad una petición para un segundo ataque al Atolón y en esos momentos el buque insignia -el AKAGI- y el KAGA se encontraban en mitad de un rearme para atender dicha solicitud.

El viejo Almirante Nagumo se encontró en un dilema: ¿qué hacer?, tenía en el aire muchos cazas, pues los aviones de Midway llevaban cerca de 30 minutos atacando en oleadas la flota japonesa, por fortuna sin consecuencias, los únicos aviones que podían atacar a los buques estadounidenses eran los bombarderos en picado de los HIRYU y SORYU, que apenas podrían ser escoltados por un pequeño puñado de cazas. Entonces el viejo lobo de mar decidió volver a cambiar las bombas de sus aviones por torpedos y lanzar algo más tarde una poderosa fuerza de ataque contra ese solitario portaaviones estadounidense. Cuando por fin a eso de las 0900 se encontraba preparado para lanzar la poderosa fuerza de ataque, llegaron los sedientos aparatos de Tomonaga de regreso de Midway. El Almirante quería hacerlos esperar en el aire hasta haber lanzado la fuerza de ataque, pero primero el propio Tomonaga y después su jefe de operaciones aéreas, Minoru Genda, se lo desaconsejaron, pues en el tiempo necesario para lanzar la fuerza de ataque los aviones que regresaban irían cayendo al mar por falta de carburante. El Almirante Nagumo tuvo a su pesar que ordenar a los aparatos que regresaban que tomaran cubierta. Uno a uno los aparatos iban aterrizando en sus portaaviones y cuando el del Teniente de Navío Tomonaga tomó cubierta, toda la formación aumentó su velocidad y se dirigió hacia el solitario portaaviones enemigo.

A bordo de los 4 portaaviones japoneses se desarrollaba una frenética acción de rearmar y repostar a los aparatos recién llegados para sumarlos al ataque de la formación enemiga. En esos instantes volvieron a aparecer los aparatos estadounidenses, pero esta vez pertenecían a los portaaviones estadounidenses. Los cazas habían vuelto al aire y trataban de derribar a los lentos y viejos torpederos que se les aproximaban, fue una auténtica carnicería: estos expuestos aparatos no contaban con protección ninguna de cazas y fueron aniquilados. Unos minutos después otra formación de torpederos estadounidenses apareció para sufrir la misma suerte que la anterior. Estos últimos aparatos venían acompañados por los más letales bombarderos en picado, pero ambas formaciones se habían perdido mutuamente y los bombarderos en picado habían perdido un precioso tiempo intentando localizarlos.

En estos momentos desde los 4 portaaviones había recibido el Almirante Nagumo el aviso que estaban preparados para atacar, raudamente se dio la orden de estacionar los aparatos en cubierta para ser lanzados. Sudorosos marineros en los hangares procedieron a colocar los pesados aviones en los ascensores para subirlos a la cubierta de vuelo, donde los esperaban otros sufridos marineros para estibarlos a lo más a popa posible para prepararlos al lanzamiento. Esta acción era realizada bajo la atenta mirada del veterano oficial de cubierta de cada uno de los distintos portaaviones. Poco a poco docenas de aviones iban tomando su puesto en la cubierta de vuelo de sus portaaviones. Finalmente 108 aparatos en los 4 portaaviones estuvieron listos para despegar, los tripulantes salieron de las entrañas de los portaaviones y ocuparon sus posiciones en los aviones. En el AKAGI se encontraba el más veterano oficial de despegues de la Flota Combinada, y a una señal de su bandera todos los aviones de su portaaviones empezaron a encender los motores, uno a uno los motores empezaron a rugir al ponerse en marcha y el veterano oficial oteó hacia la popa para comprobar que todas las hélices estaban en movimiento. Cuando fue así empezó a girar cada vez más deprisa la bandera a señal de aceleración, y todos los motores de los aviones empezaron a rugir. En pocos segundos la cubierta de vuelo se llenó de una monstruosa cacofonía, donde ya ninguna orden podía ser dada verbalmente, por mucho que se forzase a los pulmones y cuerdas vocales a chillar nadie podría oírla. Cuando al experto oído del veterano oficial pudo confirmarle que ningún motor tenía problemas, se volvió hacia el puente del AKAGI e hizo la señal de que todo estaba listo. Genda se volvió hacia su Almirante y le comunicó que todo estaba listo para su orden, el viejo Almirante inspiró profundamente y asintió con la cabeza. Genda se dirigió hacia el marinero de señales y le hizo el gesto de despegue. Desde la cubierta de vuelo el oficial de despegue observaba atentamente el mástil de señales del AKAGI esperando ver arriar la bandera de despegue, en ese mismo instante la bandera descendió y el veterano oficial se volvió raudamente e hizo con su bandera la señal de despegue al primer avión de la cubierta, un esbelto y mortífero A6M2 “Zero”, que empezó a corretear sobre la cubierta de vuelo mientras cogía velocidad y a pocos metros del coronamiento de la cubierta de vuelo se alzó al aire. Seguidamente un segundo “Zero” procedió a despegar repitiendo la misma maniobra, los artilleros antiaéreos fijaron su vista en los otros portaaviones próximos viendo como desde aquellos otros, los aviones se alzaban al aire tripulados por la flor y nata de la Flota Combinada; veteranos de Pearl Harbor, Wake, Rabaul, Java y el Indico.

Uno a uno los 108 aviones se levantaron al aire y empezaron a orbitar sobre los portaaviones esperando que se completase el despegue, los marineros y artilleros de todos los buques de la flota japonesa miraban al cielo orgullosos de su poderosa fuerza aérea. 15 minutos después de que el primer avión despegara todos los aviones estaban en el aire y empezaron a ocupar sus posiciones en tan grande formación y raudamente se dirigieron hacia la última posición conocida del enemigo. Todas las miradas se encontraban concentradas en los aviones que desaparecían en el horizonte, cuando se dio la orden de preparar e izar la segunda fuerza de ataque. En esos momentos se dio la voz de alarma y a continuación todas las miradas se volvieron hacia atrás y al cielo. Todos en ese momento a bordo del AKAGI observaron horrorizados como unos pequeños puntitos negros se iban haciendo gigantescos a pasos agigantados, eran los bombarderos en picado estadounidenses extraviados que por fin habían localizado a los japoneses y de manera sorpresiva se habían colocado en posición y empezaban el famoso “Helldive”, picado infernal, que les llevaría a su posición de lanzamiento. Raudamente la cubierta de vuelo del AKAGI se vació de marineros y la artillería antiaérea empezó a disparar, era demasiado tarde, unos silbantes artefactos empezaron a caer junto al costado del portaaviones levantando enormes columnas de agua al estallar. El inmenso portaaviones intentaba zafarse del ataque realizando bruscos cambios de rumbo, pero no le sirvieron de mucho, los primeros dos lanzamientos no acertaron al viejo portaaviones pero primero una bomba y después dos más de forma casi consecutiva, atravesaron la delgada cubierta de vuelo y estallaron en las entrañas del buque, lenguas de fuego se alzaron al aire y destruyeron a su paso los aviones preparados en el hangar, que repletos de carburante y rearmados con bombas y torpedos se sumaron a la destrucción y aniquilación del personal del hangar. Más bombas caían del cielo buscando su presa pero fallaban por muy poco.

De todas formas el viejo AKAGI estaba sentenciado, sacudido constantemente por nuevas explosiones provenientes de sus aparatos, que seguían cobrando su tributo entre el personal que intentaba dominar y sofocar los incendios. En el exterior del buque las explosiones también habían masacrado a los artilleros antiaéreos, produciendo una auténtica matanza. El agua que salía por los aliviaderos del hangar utilizada para sofocar los incendios iba teñida de un rojo oscuro, proveniente de la sangre de docenas de jóvenes desafortunados muertos o moribundos del hangar del portaaviones. El propio Almirante se encontraba aturdido y semiinconsciente en el suelo del puente de mando del buque a causa de las explosiones del buque. El Contralmirante Kusaka y el Capitán de Corbeta Genda ayudaron a levantase al viejo Almirante, mientras miraban en torno suyo la matanza y destrozos del buque. Al observar mas allá del puente entre el humo descubrieron otras dos columnas de humo pertenecientes a otros sendos portaaviones y el corazón se les encogió. El Capitán del AKAGI aconsejó al Almirante que trasbordase al crucero ligero NAGARA, que se encontraba próximo para ayudar a los buques dañados. Llevando en volandas al Almirante lo sacaron al exterior pero la pasarela que descendía a la cubierta de vuelo estaba destruida, así que tuvieron que arriar a Nagumo mediante un cabo hasta la pasarela exterior, donde se encontraban aun las pocas armas antiaéreas que aun funcionaban junto a sus servidores, quienes seguían oteando el cielo en busca de más bombarderos. El Almirante seguido por su estado mayor se dirigió a la cubierta inferior de proa donde se había abarloado el crucero NAGARA y trasbordo a él, una vez a bordo del crucero junto al Almirante se hallaba su insignia y el retrato del Emperador. El buque largó amarras y se alejó del llameante portaaviones. Desde el exterior del puente del NAGARA los tristes y afligidos ojos de Nagumo, Kusaka y Genda observaban sus alrededores, para confirmar la terrible noticia: además del AKAGI, el KAGA y el SORYU se hallaban en llamas también, la tristeza dejó pasar a sus encogidos corazones la esperanza de que los 108 aviones que instantes antes habían partido, no tardarían en devolverles la jugada a los estadounidenses y así con ellos partieron también las esperanzas y ruegos de los miles de marinos que formaban la 1ª Flota Aérea del Japón.

Continúa en: 4 de junio de 1942: un día para olvidar - Segunda parte

José Miguel Fernández Gil
"Alm. Yamamoto"
alm_yamamoto@hotmail.com

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