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Aguilas en el cielo La noche era calurosa en las aguas del Pacífico sur en pleno mes de octubre. Satoshi fue sacudido en su camastro por Hikaru para que se levantara pues comenzaban ambos su turno de trabajo en el hangar del Shokaku. Había que preparar a los aviones para el combate antes del amanecer, y aún somnolientos, junto al resto de marineros del hangar, empezaron a subir las escalas hacia el hangar del portaaviones. Tenían falta de sueño debido a una alarma aérea hacia las 0300 de la madrugada que afortunadamente no causó ni víctimas ni daños. El hangar se encontraba abarrotado de aviones, y los suboficiales rápidamente empezaron a repartir las tareas y a gritar a los medio dormidos jóvenes para que se apresuraran a alistar los aviones. El esfuerzo físico unido al calor reinante rápidamente los hicieron sudar a mares; el calor unido al fuerte olor del combustible y la sudoración de cientos de hombres convirtió el cerrado hangar en una pestilente marisma, que amenazaba con asfixiarlos. Solo se empezó a airear un poco el ambiente cuando los ascensores empezaron a subir los aparatos a la cubierta de vuelo haciendo que circulara un poco de aire fresco del exterior. Cuando terminó la tarea de alistar los aparatos de la primera oleada, se empezó a repartir un ligero desayuno para recuperar fuerzas antes de iniciar el alistamiento de la segunda oleada. En el exterior el cielo se teñía de color ante la salida del sol, los aviones preparados en la cubierta permanecían tapados por una lona para evitar las salpicaduras de la altamente corrosiva agua salada del océano, mientras los pilotos permanecían esperando en la sala de misiones a que los aviones de exploración descubrieran al enemigo. Sobre las 0630 de la mañana ya se tenía preparada la segunda oleada para subirla a la cubierta de vuelo en cuanto partiesen los aviones allí estacionados. Todos estaban nerviosos, pues esperaban de un momento a otro una posible acción enemiga. A las 0700 se desató el nerviosismo: los pilotos salían corriendo de la sala de reuniones y por las pasarelas superiores del hangar se dirigían a la cubierta de vuelo para abordar sus respectivos aviones. Los suboficiales empezaron a gritar a los marineros para que se dirigiesen a sus aviones en el hangar para empezar a transportarlos a los ascensores en cuanto se diese la orden. Satoshi e Hikaru se dirigieron hacia un pesado D3A "Val" con una gran bomba trincada bajo el fuselaje. Sería el quinto aparato en ser subido a la cubierta de vuelo. Arriba, por encima del sordo rugir de los motores que impulsaban las hélices del Shokaku, rugían los motores de los aviones listos para despegar. Entonces se escuchó el potente retumbar de las planchas de la cubierta cuando los aviones uno a uno correteaban para despegar, seguidos de estruendosas ovaciones de despedida. Quince minutos después se hizo el silencio sobre la cubierta, y los altavoces del hangar empezaron a retumbar con el sonido de una sirena que indicaba el inicio de la operación de subir los aparatos del hangar a la cubierta. Los dos amigos empezaron a empujar el pesado bombardero para acercarlo al ascensor, mientras el primero de ellos ya era izado a cubierta y un soplo de aire fresco golpeaba los rostros de los sudorosos marineros que empujaban los aparatos listos. En esos instantes sonaron las alarmas de ataque aéreo, y todos empezaron a correr hacia las rampas de salida del hangar mientras las enormes cortinas cortafuegos eran corridas para aislar las secciones del hangar. Diez minutos después se anunció por los altavoces el fin de la alerta y el regreso a la operación de izado de aviones. Las cortinas cortafuegos empezaron a ser quitadas. Eran ya las 0800, Satoshi y Hikaru se encontraban sobre la cubierta de vuelo junto a su bombardero, cuando se dio la orden de despegue. Tras retirar las cuñas de retención y realizar una última comprobación del aparato se retiraron hacia las pasarelas laterales de la cubierta de vuelo para observar la maniobra, ya que cada vez que la veían se sentían como si fuera la primera vez. Terminada la maniobra, descendieron al hangar donde recibieron unas bolas de arroz para reponer fuerzas de nuevo, un poco de sake fue repartido a la tripulación y ya solo quedaba esperar el regreso de los aparatos. A las 0930 volvió a sonar la alarma aérea y todas las bocas de fuego del Shokaku empezaron a disparar, el sonido de los motores de las hélices del portaaviones se tornó estridente al demandar el capitán del buque la máxima velocidad. De nuevo las grandes cortinas cortafuegos fueron colocadas, los equipos contraincendios recibieron presión desde el interior del buque y los marineros evacuaron el hangar listos para volver si se producía algún daño. Satoshi sudaba a mares ante la expectación y rezando unas silenciosas plegarias para que ningún mal le llegara a él y a su buque. Pero aquel día los Dioses estaban ocupados en otros quehaceres, de repente cuatro grandes sacudidas provocadas por otras tantas explosiones conmovieron todo el portaaviones, lanzando a casi todo el mundo por los suelos. Las alarmas empezaron a sonar por todo el buque mientras todos se levantaban y acudían al inmenso hangar para recoger las mangueras y extintores y empezar a sofocar el inmenso incendio. Una enorme humareda junto a las llamas cegaban a todos los que se encontraban en el hangar y los asfixiaban, pero era su deber extinguir rápidamente el incendio antes de que se propagase a otros sitios. Tras varias horas de grandes esfuerzos y a punto de desmayarse se consiguió dominar y extinguir el incendio. La batalla para el Shokaku ese día había terminado.
José Miguel Fernández Gil 14 de marzo de 2004 |
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