"Bloody Ridge"

James Maxwel caminaba con la columna que formaba el 4º y 6º pelotón de la compañía “Charlie” del Batallón de Raiders del 5º de Marines. Caminaban por un sendero hacia la jungla y un pequeño promontorio bautizado como “Bloody Ridge”. La semana anterior, su pelotón junto al resto de la compañía había tomado la aldea de Tasimboko, que resultó ser un infierno de japoneses. Ahora se dirigían a completar la fuerza del batallón en esta delicada posición que cortaba el paso directo a Henderson Field.

Este había sido el bautismo de fuego de James, nunca antes había combatido y menos con unos enemigos tan salvajes y que despreciaran tanto la vida. Hubo momentos en que el pánico le había atenazado, en los que estuvo a punto de salir corriendo arrojando su equipo, pero el valor demostrado por algunos de sus compañeros le hizo continuar.

Al llegar a la cima de la colina recibieron las órdenes de avanzar hasta la jungla y establecer sus puestos defensivos en la falda de la “colina sangrienta”. Todos bajaron hacia los puestos asignados con el temor en el cuerpo puesto que los japoneses podrían estar perfectamente emboscados y esperándolos en la jungla. Llegaron a las posiciones a mediodía sin ser molestados y empezaron a cavar los pozos de tirador, para poder pasar la noche y servirles de protección ante un ataque enemigo.

James cavó el suyo a marchas forzadas pues se sentía vigilado desde lo más profundo de la jungla. Llegó un momento en que se puso a cavar con sus propias manos cuando la dureza del terreno le impedía cavar con la pequeña pala. Su posición era nefasta pues rápidamente encontró una gran roca enterrada y no pudo cavar más que un simple parapeto; intentó desplazarse un poco a su izquierda y probar de nuevo pero el sargento Roberts empezó a maldecirle y le ordenó quedarse en su posición original. James no las tenía todas consigo y empezó a pensar que esa sería la última vez que vería al sargento y quizás a todos sus compañeros.

El ocaso empezó a llegar y con él la jungla parecía cobrar vida, cientos de alimañas y roedores salían de caza ignorando la guerra a su alrededor. Cualquier movimiento o sonido próximo a su pozo de tirador ponía en tensión a James y le hacía coger su fusil con tal fuerza que sus manos y brazos acababan teniendo calambres. Al caer la oscuridad llegó el rancho, la primera comida caliente de todo el día, junto a aquel venía el sargento Roberts pasando las consignas a cada soldado y a los que estaban más avanzados, como James, le tendía una pistola de bengalas, con la orden de no usarlas hasta el último momento.

La noche pasaba lentamente para todos y en especial para James, el miedo a la oscuridad que le había acompañado desde niño le volvía con renovado ímpetu, de repente sintió unas terribles ganas de orinar, pero no se atrevía a abandonar el puesto ni quería delatar su posición moviéndose para orinar desde el puesto. Todo ello venía acompañado con un sentimiento de pánico, como si una mano le agarrara por los testículos y tirara de ellos con fuerza, al fin y al cabo una reacción normal ante una vejiga a punto de reventar, pero que a James le pareció lo mas terrorífico del mundo.

Un ligero siseo llamó su atención al frente e hizo que agarrara su rifle con más fuerza. Al mirar al frente de repente quedó paralizado por el pánico: veía el blanco de los ojos de una persona mirándole de frente, si alargaba la mano podría tocarle la cara, de repente esos terribles ojos se apartaron de su mirada y se desplazaron hacia su izquierda acompañados por el siseo que le había atraído su atención. Había pasado una eternidad, en realidad menos de 15 segundos, cuando una mano agarró su pie y el infierno se desató a su alrededor.

El pánico le aflojó la vejiga orinándose encima y un movimiento involuntario hizo que disparara su rifle, y como miraba al frente quedó deslumbrado por el fogonazo del disparo. No se había apagado el eco de su disparo cuando un terrible tiroteo le envolvió, de todas partes salían fogonazos de disparos, a su frente, a su lado, a su espalda; bengalas ardientes se levantaban al cielo y recortaban contra las sombras de la jungla las siluetas de los hombres que les atacaban y a sus compañeros que se levantaban para combatir cuerpo a cuerpo contra los japoneses.

El General Kawaguchi había lanzado a sus fuerzas contra los Marines, en un intento de tomar “la colina sangrienta” y abrir el camino al campo de aviación. James se levantó y manteniendo apretado el gatillo de su arma vació completamente el cargador al frente. Introdujo otro peine en el rifle y volvió a vaciarlo al frente, ignoraba si sus disparos alcanzaban a alguien pero el pánico solo le dejaba realizar esta maniobra. Tras 5 minutos se quedó sin munición y entonces al oír voces en japonés a su espalda abandonó su puesto corriendo hacia la colina, en un intento de salvar su vida y regresar de nuevo a sus líneas, completamente perforadas en la jungla. Al salir de la espesura e intentar subir por la cuesta de la colina recibió fuego tanto del frente como de sus espaldas, en la oscuridad de la noche para los defensores de la cima era un objetivo más, y al mirar a su lado vio la cara de un soldado japonés que subía junto a él, intentó darle un golpe con su descargado rifle pero trastabilló y cayó al suelo, a tiempo para esquivar el disparo a quemarropa del japonés.

Intentó incorporarse para continuar la subida, pero le faltaba el aliento y sus pulmones le ardían por la frenética carrera desde la jungla. Se apoyó en su arma pero de repente algo ardiente le golpeo en la pierna y nuevamente en un costado, acababa de recibir dos disparos desde algún lado. Con un terrible dolor y la certeza de la muerte recobró energías para volver a intentar la carrera hacia la cima. Casi estaba arriba preparado para saltar al interior de un parapeto cuando una cara asustada asomó por encima del puesto y le disparó a quemarropa alcanzándole en la cabeza.

Con la mirada perdida al frente y llena de pavor, James cayó de espaldas contra la empinada ladera de la colina, escapándole la vida por un pequeño agujero negruzco en el centro de su frente.

Aquella noche los Marines lucharon todos por sus vidas, si los japoneses los echaban de la colina no tendrían donde refugiarse y al final vencieron, aguantaron. Al amanecer un grupo de Marines buscaron por la ladera de la colina y recogieron los cuerpos de sus compañeros caídos, entre ellos estaba el de James. Le llevaron hasta un puesto de recepción en Henderson Field y allí un medico certificó su defunción y comprobó que había recibido un disparo mortal en la cabeza. Su cuerpo fue enterrado en un cementerio habilitado cerca del aeródromo ante la imposibilidad de poderlo repatriar. Su familia recibió una semana después un cablegrama del Secretario de la Armada informando de la pérdida en acto de servicio de James Maxwel “Muy a mi pesar tengo el triste deber de..... que dio su vida por la Nación......”.

José Miguel Fernández Gil
"Alm. Yamamoto"
alm_yamamoto@hotmail.com

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