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La noche de los timbales Toni Mandini se hallaba tumbado sobre su camastro en la tienda que compartía con otros 9 hombres más, todos ellos eran mecánicos de aviación y hacía tan solo 20 días que estaban en esa apestosa y pegajosa isla perdida de la mano de Dios llamada Guadalcanal. Toni había estado desde el mediodía montando y revisando un motor de un SBD-3 del VMSB-232, haciendo que a primera hora de la noche quedara listo para volar al día siguiente. Estaba agotado y la ducha que había tomado no le sirvió para quitarse esa sensación de suciedad que le acompañaba desde que pisó Guadalcanal. El día había empezado de manera horrorosa, los bombarderos japoneses habían dañado seriamente la pista y el avión que Toni había preparado esa tarde, para a continuación bombardear los japoneses con artillería el campo de aviación. Al caer la noche las baterías se habían callado por lo que probablemente se decía Toni: “Tendremos una noche tranquila y un rato de tranquilidad, al fin”. El sonido de los grillos y algún pequeño simio, rompía el silencio en que se había sumido el campo de Henderson Field, Toni no podía dormir por la gran humedad reinante que hacía que las sábanas se le pegaran al cuerpo. Se revolvía en la tienda y el ruido de sus compañeros en iguales condiciones no era el ambiente más propicio para conciliar el sueño. Nervioso se levantó del camastro para salir fuera y que la brisa que provenía del mar le calmara, pero aquí había el segundo enemigo más tenaz de la isla: millones de mosquitos que podían dejarlo a uno sin sangre si se despistaba y la loción que les suministraban semanalmente en lugar de alejarlos parecía que los atraía con más ímpetu y mayor número. Caminando se dirigió hacia el extremo de la pista más próxima al agua, esperando refrescarse más todavía, miraba hacia el mar cercano y veía como las estrellas se reflejaban en la calmada superficie del “Iron Bottom”. Había oído las historias de los veteranos que contaban las continuas batallas navales entre el “Tokio Express” y las unidades de la armada que patrullaban el estrecho canal de agua que separaba Guadalcanal y Tulagi. De repente le pareció observar como unas sombras oscuras se recortaban contra el horizonte y vislumbró lo que creía como unas luces brillar en la lejanía, pensó que algunos estúpidos marineros de las barcazas que descargaban los transportes de suministros estarían de guardia y habían encendido unos pitillos, eso le abrió las ganas de fumar y decidió acercarse a la costa para charlar con ellos unos instantes y fumar algún cigarrillo. En ese instante un extraño silbido empezó a oírse cada vez más cercano y también cómo algo rasgaba el aire sobre su cabeza. Un instante después a sus espaldas se produjeron varias terribles explosiones. Toni se agachó instintivamente mientras observaba más destellos en la lejanía, se giró hacia su espalda y vio varias tiendas arder alcanzadas por los proyectiles. La calma se había roto, todo el mundo se levantó de golpe y salían corriendo de sus tiendas para tratar de apagar los incendios, cuando nuevas explosiones arrojaron personas y equipo al aire. Su avión acababa de ser alcanzado y se había convertido en una pira, en aquel momento unas lágrimas de impotencia empezaron a brotar de los ojos de Toni; sus esfuerzos de toda una tarde y parte de la noche se convertían en humo igual que el “Dauntless”. De repente nuevas explosiones sacudían el campo y sus alrededores, estallaban los barracones de material, los de impedimenta, los de repuestos, etc. Una pila de barriles de combustible fue ahorquillada por dos explosiones que destruyeron una pila de cajas de municiones preparadas para armar los cazas a primera hora de la mañana. El siguiente impacto alcanzó los barriles que se convirtieron en un mar de fuego que consumió tres tiendas próximas, las cuales Toni esperaba que estuvieran vacías. Aparatos, hombres, barracones y tiendas de lona eran alcanzadas por toda el área; algunos soldados se habían arrojado dentro de un pozo de tirador cuando este fue alcanzado por una granada y desaparecieron. Una cacofonía de explosiones y gritos de personas se mezclaba en el ambiente. Toni cada vez tenía la cabeza más cerca del suelo y cuando las explosiones eran muy próximas la pegaba tanto que la tierra le asfixiaba, a causa del pánico a ser alcanzado por algún trozo de metralla ardiente. El miedo que sentía era tan fuerte que se transformó en pánico y este le agarrotaba los miembros, le embotaba el cerebro y le impedía moverse de donde estaba, hasta que de repente empezó a chillar a todo pulmón, chillaba como si la vida le fuera en ello, se asfixiaba pero seguía chillando de pánico, era lo único que podía hacer; eso y taparse la cabeza y oídos con manos y brazos. De repente una explosión cercana lo aturdió y lo dejó sordo, poco a poco la inconsciencia lo sumía en la oscuridad y en la calma. El alba empezaba a teñir el oriente cuando Toni despertó, tenía todo el cuerpo agarrotado por la tensión de la noche anterior, quiso levantarse pero las fuerzas le fallaban, levantó la cabeza y pudo ver como algunas personas arrastraban los cuerpos de sus compañeros fallecidos. Cuando por fin pudo levantarse lo que vio le dejó sin aliento, todo lo que podía observar se encontraba en ruinas, esqueletos metálicos que unas horas antes eran aviones listos para el combate, pabellones y barracones de madera ennegrecidos, tiendas de lona quemadas hasta convertirse en simples cenizas entre camastros quemados. Los soldados ilesos eran tan pocos que no daban abasto a la hora de recoger a los heridos que gemían entre tanta ruina y destrucción. Grandes cráteres salpicaban la pista de Henderson Field y el humo de los aún activos incendios se elevaba en línea recta ante la falta de la más mínima brizna de brisa o viento. Pudo ver algunos bulldozers volcados de costado junto a un cráter de una explosión y su pintura ennegrecida. Una patrulla de soldados se acercaba desde la orilla del mar para socorrer y ayudar a los heridos, uno se detuvo junto a Toni y lo cogió por un brazo llevándolo hacia un puesto de primeros auxilios. Toni se giró para mirarlo y este le sonrió y le habló para tranquilizarlo, pero Toni no podía oírlo. Intentó hacerle entender que no podía oírlo pero no le salió ni un sonido de su garganta dolorida, sin fuerzas se dejó conducir hasta el puesto de socorro. José Miguel Fernández Gil |
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