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Los muertos inocentes:
En España desde hace muchos años (empezaron allá por la mitad de los 60) en los meses estivales las grandes ciudades se vacían en una larga procesión hacia la costa para disfrutar de los atractivos de la playa y el sol. Esta procesión dio lugar a los grandes atascos, y aunque hayan pasado más de cuatro décadas y se convirtiera con el paso del tiempo en la norma habitual del verano, los conductores aun no se han acostumbrado y sacan de quicio a más de dos. Esta imagen que vemos todos los años cuando llega el verano, donde millones de vehículos inundan unas determinadas carreteras, provocando atascos kilométricos y retenciones que duran varias horas, no es algo nuevo surgido a finales del siglo XX. Hubo un evento en el S. XX que provocó imágenes y situaciones idénticas en las carreteras de Europa, pero no fue para buscar el buen tiempo y las maravillas de la playa y el sol; fue para escapar de una de las lacras de la humanidad: LA GUERRA. Situaciones como las que se viven en las carreteras españolas todos los veranos, se dieron en la Europa de los años 1939 a 1945: millones de desplazados saturaban las escasas carreteras de la época huyendo de la violencia y la muerte. Algunos no tenían suerte y eran engullidos por el campo de batalla que se desplazaba continuamente y a una velocidad de vértigo durante los 2 primeros años de la guerra en Europa, ¿cuántas caravanas de refugiados eran bombardeadas, esperemos que por error, cuando eran tomadas por los bombarderos por columnas militares en retirada?, ¿cuántos vehículos civiles fueron cañoneados por los carros de combate, en alguna carretera secundaria o boscosa, tomados por algún vehículo militar entrevisto entre algunos matorrales o en la escasa luz del amanecer o del crepúsculo? Esas inocentes vítimas son las predecesoras de las actuales que pierden su vida en, los absurdos y muchas veces evitables accidentes automovilísticos. ¿Cuántas historias trágicas y a la vez absurdas se dieron en las carreteras de Polonia en 1939; las de Bélgica y Francia en 1940; las de Yugoslavia, Grecia o la URSS en 1941?. Estas mismas escenas se repitieron unos años después durante la retirada Alemana de la URSS y la Europa Oriental e incluso en la misma Alemania. ESTA HISTORIA DRAMATICA ES FICTICIA Y CUALQUIER PARECIDO CON ALGUNA HISTORIA PASADA O ACTUAL ES PURA COINCIDENCIA. Jean Rossecroix y su familia vivían en una pequeña granja cerca de la zona boscosa de las Ardenas. Su familia se había considerado durante generaciones muy afortunada, pues su cercanía al bosque en una tierra tan fértil y húmeda les había podido dar una tranquila existencia y una economía algo desahogada por la fertilidad de su parcela. También tuvo una gran fortuna pues la “Gran Guerra del 14” lo había respetado bien. Sus padres ya mayores todavía ayudaban en las tareas de la granja y su hijo mayor ya había tomado su parte en las obligaciones de la granja, pero esta nueva juventud se había contagiado de un afán devorador de aventuras y cuando el 3 de septiembre se había declarado la guerra había cogido un pequeño petate y se había incorporado a filas. Tuvo relativa fortuna pues fue destinado a la zona próxima y les había visitado con su flamante nuevo uniforme algún que otro fin de semana. Las noticias parecían alentadoras pues aunque estaban en guerra con Alemania, ésta aun no había realizado ningún movimiento agresivo y las cosas no parecía que fueran a cambiar en breve. Solamente al acercarse el mes de mayo de 1940 se notaba el incremento del movimiento por las pocas carreteras próximas. Algún convoy militar que se dirigía hacia Bélgica se cruzaba con algún grupo de campesinos que traían la dirección contraria y su granja se había convertido en una parada de postas improvisada, donde los sedientos viajeros y sus bestias se refrescaban y descansaban unas horas. Jean empezó a preocuparse pues todos le decían lo mismo, estaba muy cerca de la frontera y si atacaban los alemanes podría tenerlos allí en muy pocos días. Todo cambió el 10 de mayo. De repente ese día, el flujo de refugiados que se desplazaban hacia el interior de Francia se multiplicó por casi 20, todos traían una mirada de pánico en sus ojos y sus rostros. Jean se sintió profundamente afectado y se acercó a preguntar la causa aunque ya la sospechaba: los Alemanes habían atacado y roto el frente a través del bosque. Aterrado Jean se dirigió hacia la casa para preparar la evacuación, gritaba el nombre de su esposa cuando sobre su cabeza se oyó un rumor de motores todos se quedaron paralizados y alzaron la vista al cielo. Unos puntos oscuros se acercaban desde la frontera cuando de repente algunos se desviaron hacia la zona. De pronto todo estalló, la gente entró en pánico y se lanzaba fuera de la carretera empujando y derribando a los más débiles, pasaban sobre los caídos pisándolos, las bestias contagiadas del pánico se desbocaban pasando sobre los desdichados infelices derribados por sus congéneres. En aquellos momentos un par de camiones del ejército francés que arrastraban unos cañones aparecieron por el linde del bosque y atrajeron la atención de los pilotos que se habían acercado a investigar. Los soldados franceses se percataron de los aviones y trataron de dar media vuelta para regresar a la seguridad relativa del bosque pero fue inútil, un terrible aullido proveniente del cielo puso la piel de gallina a todos los presentes incluyendo los animales. Se hizo un silencio aun más aterrador y unos breves instantes después violentas explosiones devastaban los alrededores: los terribles “Stukas” habían soltado sus bombas sobre los camiones alcanzándoles y también a los desdichados refugiados que se dirigían hacia el bosque para huir de la muerte. Otros aviones se sumaron al ataque, los mortíferos Me-109E realizaban pasadas de ametrallamiento sobre lo que se movía, desde el bosque se realizaban descargas de fusilera, tratando de derribar a los atacantes. Un Me-109E recibió el impacto de varios proyectiles antiaéreos de 20mm y empezó a dejar tras de si una estela oscura y aceitosa al ser alcanzado el motor. Los restantes “Stukas” al advertir la batalla en el suelo descendieron para arrojar sus bombas sobre los campos, creyendo que una columna francesa trataba de entrar en el bosque. Jean había sido lanzado al suelo por la deflagración de las explosiones cercanas y al oír las pasadas de ametrallamiento decidió no moverse para no atraer sobre si la atención de los aviones, levantaba de vez en cuando la cabeza para advertir la masacre que se desarrollaba a su alrededor. Algunos desdichados corrían hacia la casa para ponerse a cubierto de las balas, lo que atrajo la atención de 2 “Stukas”; Jean advirtió al instante lo que iba a ocurrir y se puso en pie corriendo desesperadamente hacia la casa llamando a los suyos para que la abandonasen, pero el aullido de las sirenas de los “Stukas” ahogaba sus palabras. Su hijo Michel de 14 años asomado a la puerta veía correr hacia él a su padre y con la mano le hacía el gesto de que se apurase. Jean con la mano en alto señalaba a los bombarderos, el chico levantó la vista al cielo y de pronto comprendió la que su padre trataba de decirle. De repente el aullido cesó y Jean levantó la vista al cielo para observar como dos pequeños objetos caían hacia la casa. El tiempo pareció ralentizarse de golpe, los segundos se convertían en minutos mientras observaba la caída de las bombas. Desvió la vista de los objetos que caían y observó como Michel con la cabeza vuelta hacia el interior de la casa hacía un gesto con la mano conminando a sus moradores a que salieran fuera, mientras volvía a girar la cabeza para mirar a su padre. De repente una bola de fuego engulló la mirada tranquila de su hijo y con ella la casa. Una bofetada de aire caliente golpeó con furia a Jean tumbándolo de espaldas y perdiendo momentáneamente la visión dantesca de su granja. Acto seguido una lengua de fuego paso sobre él haciendo que sus ropas y el pelo empezaran a arder, por fortuna la inercia de la caída le hizo revolcarse sobre si mismo extinguiendo las llamas. Cuando pudo incorporarse vio la granja devorada por el fuego y medio derruida. La fuerza de la explosión había arrojado fragmentos de la casa a varios cientos de metros, un trozo de viga había empalado a un desconocido y lo había clavado en el suelo a escasos metros de él. Jean cayó de rodillas al suelo y las lágrimas le hacían perder la visión del dantesco y terrible espectáculo que había a su alrededor. Decenas de personas heridas gemían pidiendo ayuda, animales desventrados caídos sobre los cadáveres de los que hasta hace unos minutos habían sido sus dueños, niños llorando aferrados a las manos de alguno de sus padres caídos en el suelo, muertos o inconscientes, algunos caballos heridos o simplemente desbocados corrían entre la multitud muerta, herida o aturdida. Cuando los aviones se alejaron de la terrible carnicería, desde el bosque salían docenas de soldados que se abalanzaban sobre los heridos o moribundos tratando de ayudarles. Jean sintió como le zarandeaban pero no podía reaccionar, su familia había desaparecido entre la explosión y las llamas de su granja. Un rostro conocido se interpuso entre él y la visión del infierno de su casa y empezó a reaccionar, primero parpadeó creyendo que veía una ilusión pero poco a poco mientras seguía oyendo la voz de ese rostro, la luz del reconocimiento atravesó su dolor: su hijo mayor Antoine le estaba tratando de levantar del suelo, gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas. De repente padre e hijo se fundieron en un abrazo de tristeza y esperanza, lloraban la pérdida de sus seres queridos a la vez que se sentían aliviados porque no todos habían desaparecido. José Miguel Fernández Gil |
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[ 1939-1945 - La Segunda Guerra Mundial - Los años que cambiaron el mundo © 2002 ] |