“La guerra terminaría si los muertos pudieran regresar.”

Stanley Baldwin

LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL: FANTASMAS DESDICHADOS

La guerra deja toda clase de secuelas: campos de batalla silenciosos, fortificaciones de ennegrecido hormigón abandonadas, alambradas que enmohecen y se oxidan con el paso de los años, restos esparcidos de material de guerra que emerge de los lugares más insospechados de un modo amenazador e inquietante...

En muchos de los escenarios de grandes enfrentamientos pueden contemplarse hoy en día sobrios y majestuosos monumentos que nos recuerdan los violentos y estremecedores hechos que tuvieron lugar en el transcurso de los numerosos actos de barbarie cometidos por la humanidad, siempre contra consigo misma.

Sin embargo, cuando se enumeran las consecuencias que traen consigo las guerras, y en concreto podemos hablar de la Segunda Guerra Mundial, se suele omitir que entre esas muchas secuelas se hallan las más siniestras e inesperadas; entre ellas un rastro imborrable, permanente aunque imperceptible, de sombras fantasmales.

Se trata de presencias que de una forma concreta vienen a recordarnos que las huellas que dejan las guerras suelen ser indelebles.

Y lo que tal vez resulta más curioso no es precisamente que esos espectros se dejen ver con cierta frecuencia, lo más extraño es que algunos de ellos aparezcan muy lejos de los escenarios en los que tuvo lugar la tragedia.

Cabrera es una pequeña isla que forma parte del archipiélago de las Baleares. Las Baleares se encuentran ubicadas de un modo privilegiado en pleno Mar Mediterráneo.

Cuando tuvo lugar la Segunda Guerra Mundial, dado que España se mantuvo neutral, no se vieron involucradas en los acontecimientos.

Pero a pesar de ello, el pequeño cementerio de Cabrera acogía hasta no hace muchos años el cadáver de un aviador alemán cuyo Me-109 fue abatido en las proximidades del archipiélago.

Su nombre era Johannes Bochler, el derribo se produjo en abril de 1944, su cuerpo fue recuperado y recibió sepultura en el pequeño camposanto del castillo que todavía hoy en día protege la isla de una incierta agresión proveniente del mar.

Junto al cadáver del piloto alemán compartía con él la tierra del cementerio un pescador al que apodaban “En Lluent”. Ambos eran los dos únicos difuntos sepultados en el recinto funerario.

Hay que decir que Cabrera es una isla árida, poco hospitalaria y prácticamente deshabitada, hace años sus únicos habitantes eran los soldados de un destacamento de Transmisiones que tenían allí su base. Cabrera, hasta ser declarada parque natural, había sido escenario de importantes maniobras militares, de hecho era prácticamente zona militar, lo cual implicaba que existiera allí un destacamento permanente del ejército.

Sin embargo, ninguno de los soldados destinados a ese enclave se hubiese atrevido jamás, de hecho no se sabe de nadie que lo hiciera, a visitar en horas intempestivas el cementerio del castillo en el que yacía el aviador.

Era fama que en la oscuridad y en el silencio de la noche provenían del camposanto extraños ruidos y sonidos.

La conclusión a la que llegaron los soldados fue que el difunto piloto del Me-109 tenía motivos para agitarse en su tumba: había sido derribado lejos de casa y lejos de su hogar había sido enterrado sin que sus familiares más queridos supieran dónde podían encontrarle.

El hecho de saberse apartado de casa y tal vez mortificado por haber perdido contacto con sus deudos y sepulto en una fosa olvidada en un rincón inhóspito del Mediterráneo, Johannes Bochler no descansaba en paz.

Pronto corrió el rumor de que el fantasma del aviador era el portador de una temible maldición.

Quien quiera que perturbase su reposo se haría acreedor a sufrir una suerte similar a la suya. Nadie debía olvidar que había encontrado la muerte en aguas de Cabrera, lejos, muy lejos, del lugar donde nació.

Esta maldición, como no podía ser de otra forma, consistía en que aquel que se atreviese a molestarle en su descanso moriría también lejos de casa y en el más horrible de los anonimatos, de forma que su familia tampoco podría encontrarle; yaciendo en tierra extraña por siempre jamás.

Evidentemente, nadie quería atraer sobre sí una desgracia tan espantosa, sobre todo siendo un militar destinado lejos de casa. Aunque una suerte tan desagradable también podría sobrevenirle a un civil, siempre resulta insoportable la idea de la muerte y mucho más si ésta viene acompañada del más impenetrable de los olvidos.

Nada hay peor para un alma humana que ha traspasado el umbral de la muerte que su cuerpo yazca allá donde nadie podrá jamás encontrarlo y por lo tanto no recibirá el llanto, la compasión o la piedad de los vivos.

En una sepultura anónima, fría y tal vez improvisada, no es posible recibir el consuelo de aquellos que aún pueden sentir misericordia por aquel que sufre en la desencarnación.

Así las cosas, nunca nadie reunió el valor suficiente para desafiar al piloto muerto y cuyo espectro tal vez oteaba el mar en espera de ver aparecer algún día a quien pudiera devolverle a casa.

Durante casi cuarenta años durmió Johannes Bochler en su fosa de la pobre y yerma tierra de Cabrera, en un cementerio desierto, con la única compañía de “En Lluent”, el pescador.

Este había sido su destino final... De sobrevolar los paisajes de una Europa en guerra a reposar inerte en las entrañas de una isla perteneciente a un archipiélago conocido desde siempre por su providencial y perezosa calma.

Sin embargo, el dolor del espíritu del aviador abatido no le podía ser extraña a la isla. Cuando el piloto fue inhumado allá, todavía resonaban los lamentos de los prisioneros franceses que fueron recluidos en Cabrera entre 1809 y 1814 después de haber caído prisioneros durante la guerra que España sostuvo con Francia a principios del siglo XIX.

Cuando Johannes Bochler fue sepultado en ella en 1944 la isla ya contaba con una larga tradición como un lugar destinado a servir de prisión, cementerio y, finalmente, de osario.

El espíritu del aviador del III Reich quizá acompañó a los de aquellos otros que encontraron en Cabrera la muerte, tal vez no se hallaba tan solo en las noches en que ululaba el viento y rugían las borrascas que allí levantan fragores y estruendos como legiones de monstruos marinos que quisieran, de una vez por todas, arrasar el islote.

Sin embargo, hacia el año 1982 la suerte del difunto Johannes Bochler cambió.

Los representantes de una institución alemana dedicada a asegurar una sepultura digna a los caídos durante la guerra llegó a Cabrera.

Los restos del aviador fueron exhumados y trasladados a un cementerio militar alemán en Madrid.

Los soldados pertenecientes al destacamento de Transmisiones destinado a la isla rindieron honores militares al combatiente.

Quienes habían asistido a la exhumación supusieron que al fin cesaría el encantamiento que se había apoderado de la isla durante cuarenta años.

Ahora, el que fuera piloto de caza del Reich descansaba por fin en paz; en tierra sagrada y en compañía de compatriotas. De algún modo u otro su espíritu debería dejar de vagar por Cabrera, ya no tenía motivos para hacer notar su dolor ni manifestar con su presencia toda la amarga soledad que le torturaba por saberse lejos del hogar.

Sin embargo, quienes creyeron que todo había terminado, se equivocaban.

El espectro regresó a Cabrera... y siguió manifestando su desdicha.

Incomprensiblemente, a pesar de haber sido trasladados sus restos, el fantasma se negaba a abandonar la isla y había decidido volver

Si bien es cierto que pronto se abrió paso otra posibilidad a los ojos de los sorprendidos testigos de los hechos: tal vez Johannes Bochler no había abandonado el lugar después de todo.

Pero esto no era más que una sospecha infundada. Todos sabían que sus despojos habían sido llevados a donde pudieran reposar por siempre, donde pudieran encontrar el merecido descanso de quienes perdieron la vida en la juventud y nunca regresaron a casa.

No existía ninguna explicación plausible. En el cementerio sólo quedaba enterrado el pescador, aquel a quien llamaban “En Lluent”, ¿sería él acaso responsable del nuevo encantamiento?

Tiempo después de haber sido trasladado el cuerpo del aviador, alguien preguntó a aquellos que habían sido testigos del desentierro:

“¿A quién sacaron, al que estaba derecho o al que estaba atravesado?”

“Al que estaba atravesado...” Le contestaron.

“¡Dios mío!” Respondió el hombre llevándose las manos a la cabeza “¡Ese era el pescador, no el alemán!”

De ser esto cierto, un pescador de las Islas Baleares comparte ahora sepultura con un puñado de alemanes a los que nunca conoció, yaciendo enterrado en el cementerio militar de Yuste en Madrid.

Mientras tanto, Johannes Bochler, cuyos restos por error se quedaron en Cabrera, sigue manifestando de algún modo su desánimo por haber sido tan injusta e inhumanamente maltratado por el destino.

Por esa razón, sus lamentos, y quizá sus sollozos, siguen escuchándose todavía en la isla en las noches de silencio.

La guerra, en el último instante, consiguió retener entre su legión de condenados a Johannes, quien continúa enterrado en tierra inhóspita, sin posibilidad de que vuelva a haber una nueva oportunidad de ser rescatado de su horrible suerte.

Hoy en día es fama que el espectro del aviador sigue rondando la isla.

Sigue ahí de algún modo...

Y así es como la pavorosa Hecatombe dejó para siempre su huella en un sitio como Cabrera, un lugar árido, casi desierto, en el que nunca ha sucedido nada.

Con todo, allí reposa, allí descansa, un combatiente que como tantos otros, murió en plena juventud durante la Segunda Guerra Mundial.

Después de todo, la barbarie y la crueldad, llegan a todas partes, nadie está salvo de la violencia. Ni siquiera los lugares más remotos e inhóspitos se libran de convertirse, algún día, en cementerios.

FIN

Benito Barcelo Bennasar (BBB)
misionjupiter@hotmail.com

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