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Breve introducción al Japón moderno El camino hacia Pearl Harbor Japón tras casi dos siglos y medio de un total aislamiento se vio de golpe inmerso, y por la fuerza, en una era de grandes avances no solo tecnológicos sino también de pensamientos, a raíz de la Guerra del Opio que supuso el principio de la infiltración occidental en China. Los puertos del hasta entonces aislado Japón cobraron un auge espectacular. El expansionismo ruso en el Pacífico puso en alerta a los EE.UU., el otro dominador de esa zona del océano y vieron a los puertos japoneses como la única vía de frenar al Imperio Ruso. El 8 de julio de 1853 y adelantándose en unas semanas a una iniciativa rusa análoga, una flota de los EE.UU. al mando del Comodoro Mathews Perry fondeaba en la bahía de Edo (Tokio), desembarcando el propio Comodoro y una pequeña delegación quienes entregaron una carta a las autoridades locales dirigida al Shogun, solicitando entablar relaciones comerciales, así como el empleo de algunos puertos para su comercio con China, dando un plazo de un año para su respuesta. Al partir se dispararon unas salvas de saludo -a los japoneses no le parecieron tales- que sirvieron para una respuesta afirmativa, que no incluía privilegios jurisdiccionales, y el comercio se trataría según las leyes y el control japonés, al regreso del Comodoro Perry el 31 de marzo de 1854. La nueva guerra con China en 1858 se tradujo en nuevas presiones sobre el Shogun para ampliar los términos del tratado, y el 29 de julio de 1858 se firma un nuevo tratado en Edo (Tokio) que concedía a los ciudadanos norteamericanos el permiso de residencia y mantener la extraterritorialidad (no podían ser juzgados por las leyes japonesas), así como obtener representación diplomática. Pero lo más humillante fue que el Gobierno del Bakufu perdía todo el control sobre el comercio. Poco después Rusia, Gran Bretaña, Francia, Holanda y Portugal obtenían los mismos derechos y a finales de año se abrían cinco puertos más al comercio: Yokohama, Nagasaki, Kobe, Niigata y Osaka. La economía prácticamente agraria era insuficiente para mantener al Japón en una nueva era donde primaba el comercio y el colonialismo. La apertura del comercio trajo una gran demanda de artículos de primera necesidad entre los extranjeros, lo que se tradujo en un aumento de la inflación y entre otras cosas el precio del arroz se sextuplico entre 1859 y 1865. Este artículo era la principal dieta japonesa, y se tradujo en una grave crisis financiera y el aumento del descontento hacia el Shogunato del moribundo Gobierno del Bakufu. Este no podía mantener por más tiempo el poder autocrático que ostentaba y las nuevas generaciones de familias samuráis y Daimyo buscaban la forma de entrar en el poder. Aduciendo la falta de firmeza en las conversaciones diplomáticas, impusieron que figurase en ellas el Emperador Komei Hito. El Shogun Yoshinobu (decimoquinto y último Shogun Tokugawa) accedió, lo que significo el principio del fin, pues éste quedó expuesto al ataque convergente de los nacionalistas xenófobos, mayoritariamente samuráis, y los partidarios de la restauración Imperial. En junio de 1863 el Emperador recogió el testigo de los nacionalistas y dio la orden de expulsión de los “bárbaros“ acabando con la política del Shogun. Los Daimyo (grandes terratenientes) de Satsuma y Choshu en el sur, intentaron aplicar junto a sus samuráis la orden Imperial pero quedaron expuestos a las represalias occidentales. Los británicos bombardearon Kagoshima, el feudo Satsuma, y poco más tarde se el Feudo Choshu. Unas maniobras frente a Kyoto (la Corte Imperial) hizo ver al Emperador que había ido demasiado lejos y tuvo que ratificar los acuerdos de 1858. El 30 de enero de 1867, moría el Emperador Komei Hito y le sucedía su hijo Mutsu Hito, quien con 14 años, fue rodeado por consejeros contrarios al Shogun Tokugawa. En octubre de 1867 el joven Emperador envió una carta al Shogun diciéndole que una dualidad de poderes era causa de rivalidades y desórdenes y que la paz solo se conseguiría bajo la guía Imperial. El Shogun Yoshinobu claudicó y el 3 de enero de 1868 fue abolido el Shogunato, reinstaurándose el poder Imperial tras casi 7 siglos de Shogunato (1189-1868) e iniciándose una nueva era: la de Meiji (restauración iluminada). Japón no podía ni quería consentir seguir la suerte del antaño glorioso y poderoso Imperio Chino, ahora moribundo y completamente invadido por las potencias coloniales europeas y un nuevo convidado: los EE.UU. Para evitar la depredación agresiva de estas nuevas potencias el Emperador Mutsu Hito se alió con Gran Bretaña, tratando de evitar la depredación de las otras potencias. De Gran Bretaña adoptó casi todo y modernizó completamente el país introduciéndolo de lleno en la revolución industrial y creando las nuevas industrias a través de la concesión de préstamos de bajo interés y devolución a largo plazo. Una vez que los nuevos inversores pudieron asumir la gerencia autosuficiente de las industrias, las mismas fueron lentamente privatizadas. Fue necesaria la contratación de ingenieros y trabajadores extranjeros para asesorar y enseñar en el funcionamiento de las nuevas tecnologías pero una vez que ya no fueron necesarios, fueron enviados de nuevo a sus países de origen, llegando a tener tan sólo menos de 200 en 1910. Conservando el poder divino del Emperador y siguiendo en los grandes cambios, se abolió el feudalismo y se garantizó pensiones estatales a los antiguos Daimyo que cediesen las tierras al poder del Estado, como compensación a la disminución de sus ingresos. Al liberarles de los grandes dispendios de las tierras y por consiguiente los tributos a pagar, estos obtuvieron gran cantidad de liquidez que la invirtieron en la industria y el comercio naciendo la nueva burguesía industrial y comercial. Para demostrar a las potencias occidentales que no era un estado débil y por lo tanto difícil de doblegar, Japón dio pruebas de lo dispuesto que estaba para hacerles frente. Primero quiso codearse con las potencias occidentales en el control del comercio asiático entrando en guerra con China (1894) por el control de Corea (que terminó siendo “Protectorado Japonés” desde 1910 hasta 1945) y derrotándola, consiguiendo grandes concesiones territoriales y compensaciones de guerra. Esta victoria alarmó a las potencias occidentales y a Rusia, pues pareció que el Imperio Chino se desmoronaría de inmediato y enseñó al mundo un nuevo poder emergente en Extremo Oriente: Japón. Inmediatamente empezó una carrera de concesiones entre las potencias en China, que llevó al ahogo de la economía china y el nacimiento de un fuerte movimiento xenófobo auspiciado por Pekín y la Emperatriz viuda: los Bóxer, estallando la “Revuelta Bóxer” que aisló las legaciones internacionales en Pekín en 1900 y formó la primera Gran Alianza del S. XX para socorrerlas, estallando una corta guerra que acabó prácticamente con los últimos restos de soberanía China, y fue el principio del fin de la Dinastía Manchú que acabaría por caer en 1912, durante el reinado del Emperador niño Pu Yi, cuando se proclamó la República de China. Por si alguien pudiese decir que China no era un digno rival para saltar a la palestra internacional Japón decidió poner sus miras en el nuevo poder emergente del Pacífico occidental: el Imperio Ruso, al cual derrotó en Tsushima en 1905, consiguiendo sus posesiones en la península de Liao-Tung, Manchuria y Sakhalin. En 1910 empezaron los problemas con los EE.UU. debido a las rígidas leyes de inmigración, pues se estranguló enormemente la afluencia de ciudadanos japoneses a los EE.UU., lo que hizo creer que los EE.UU. intentaban coaccionar al Japón mediante el cese de la emigración. Al estallar la primera guerra mundial se vio la oportunidad de aumentar la presencia japonesa mas allá de sus aguas territoriales, y aumentar su control sobre China. Sin estar obligado por sus compromisos con Gran Bretaña (esta última tampoco estaba dispuesta a aumentar el expansionismo japonés a su costa y trató de evitar su entrada en el conflicto), decidió colaborar con ésta en la caza y captura de las fuerzas alemanas en el Pacífico, así como en el apoyo a los convoyes del Atlántico y el Mediterráneo. Con ello logró que en la paz de Versalles se le concediesen los territorios alemanes del Pacífico, que mediante unos tratados secretos suscritos con Gran Bretaña y Francia en la primavera de 1917 ya se les habían otorgado: las islas Marianas, las Carolinas y las Marshall. Manteniendo su infiltración en Manchuria y la Mongolia Interior, presentó al gobierno de Pekín en enero de 1915 las llamadas “veintiuna peticiones “. De forma condensada eran: la transferencia de los derechos alemanes del Shang-tung y la bahía de Chiao-chu; privilegios especiales para los residentes japoneses en Manchuria meridional y Mongolia Interior; la explotación de las minas de la China central y la presencia de consejeros políticos, militares y financieros japoneses en el Gobierno Chino. Pekín respaldado por los EE.UU. decidió frenarles, pero la división interna China y la primera guerra mundial favorecieron políticamente a Japón. A finales de 1917 desembarcó una pequeña guarnición en Vladivostock, a la que terminó de ocupar junto a las zonas adyacentes en el verano de 1918, cuando se adhirieron en la cruzada antibolchevique junto a estadounidenses, canadienses, británicos, franceses, italianos, serbios, finlandeses y polacos. Estos países enviaron tropas y flotas a luchar contra los bolcheviques en Rusia, ocupando puertos y ciudades desde el Mar Negro al Mar de Barents, pero cuando en 1920 los bolcheviques consiguieron vencer, todos los participantes abandonaron territorio Soviético excepto Japón. Los EE.UU., el otro partener, también empezaban su incipiente colonialismo en el Pacífico, y encontraron que Japón amenazaba su expansionismo en ese océano. Tras la anexión de las Hawaii en 1898 debido a unas revueltas de nativos contra los ciudadanos americanos y sus propiedades -revueltas que iniciaron los propios colonos americanos- se aprovecharon de la situación caótica de España y sus últimas colonias: revueltas secesionistas en Cuba y guerrilleros moros en Filipinas. Tras el desgraciado incidente del USS Maine y luego de derrotar a España, los EE.UU. consiguieron un gran territorio colonial en el Pacífico: las Filipinas. Pero la cercanía del Japón a ese vasto territorio inquietó a los dirigentes de Washington, lo cual es una ironía de la historia, pues fueron ellos quienes introdujeron de forma traumática al Japón en el S.XIX, y fueron ellos los que demostraron como una joven nación sin experiencia podía entrar en el reparto colonial del planeta, y ahora esos “pequeños“ japoneses se habían doctorado en política internacional, y amenazaban sus planes de controlar el comercio del Pacífico junto a Gran Bretaña, porque parecía que el control del Pacífico pasaría por el eje Londres-Tokio. La primera guerra mundial también favoreció los intereses norteamericanos en el Pacífico. Los inmensos préstamos de guerra que Washington concedió a Londres habían invertido la balanza comercial de ambos países y convirtió a Washington en acreedor de Londres. En 1920 el tratado anglo-japonés expiraba y Tokio tenía la esperanza de una renovación favorable a su causa. Pero los inmensos millones de dólares que el gobierno británico debía a los EE.UU. pesaban en la balanza política de Londres, y unas insinuaciones de que Washington no renovaría los créditos, fue la excusa para no renovar el tratado con Tokio, un tratado que Gran Bretaña en el fondo ya no deseaba, pues ya empezaba a vislumbrar las auténticas intenciones de Japón en Asia y el Pacífico. También influyeron las presiones sufridas por parte de Londres de sus Territorios del Pacífico: Australia, Nueva Zelanda y Canadá (esta última más dependiente del comercio con su vecino del sur) que veían el expansionismo japonés como una amenaza a su comercio. La conferencia de Washington sobre el desarme y control de Extremo Oriente fue el escenario elegido por los norteamericanos y británicos para darle las malas noticias a Japón: Gran Bretaña no renovaría el tratado y junto a los norteamericanos relegaron a Japón a tercera potencia mundial. Esto fue efectuado en la conferencia iniciada en noviembre de 1921 y que se prolongó hasta febrero de 1922, y en la que participaron todas las potencias coloniales (Gran Bretaña, Francia, Italia, Portugal, Holanda y Bélgica) y que incluían a Japón, EE.UU. y China. De esta manera la iniciativa de EE.UU. los convertía en la balanza de poder en Extremo Oriente, desplazando a Gran Bretaña. La conferencia en un principio trató de equilibrar el poder en esa zona, es decir detener las ansias expansionistas japonesas, por lo que se suscribieron tres acuerdos: “de las Cuatro Potencias” que comprometía a Japón, EE.UU., Gran Bretaña y Francia en la defensa del Status Quo de la región; “de los Cinco“ que incluía a los anteriores más Italia y que regulaba la limitación de armamentos y tonelajes navales, única manera efectiva de detener a Japón, pues siendo un archipiélago, cualquier movimiento ofensivo por su parte debería contar con la protección de su flota; y “de las Nueve Potencias“ suscritos por todos los participantes que les obligaban a reconocer la soberanía de China y sus relaciones internacionales, así como un trato de igualdad entre todos sobre sus intereses comerciales con ella. Al margen de la conferencia, China y Japón suscribieron unos acuerdos particulares que ponían fin al contencioso de las famosas “veintiuna peticiones“ atenuándolas, y Tokio sé comprometía a la devolución de la bahía de Chiao-chu. El balance de la conferencia fue favorable a los EE.UU. que conseguían sus intereses fijados: ser reconocidos como primera potencia mundial junto a Gran Bretaña, al cambio de conceder al Japón el Status de gran potencia y suscribir unos acuerdos que limitaban su expansionismo. Los resultados positivos no se hicieron esperar: el 14 de abril de 1923 en unas notas intercambiadas entre Tokio y Washington, Japón admitía caducados los acuerdos Lansing-Iishi y renunciaba a imponer sus intereses especiales en China y anunciaba continuar la retirada de sus tropas de la costa siberiana -ya iniciadas en 1922- sin contrapartida alguna, hasta que en 1925 formalizó sus relaciones con el Gobierno Soviético y devolvió la isla de Sakhalin. El final de la primera guerra mundial supuso el resurgimiento en Japón de la clase burguesa industrial en detrimento de la casta militar. Debido a la humillación de la marina en la conferencia de Washington, la democracia tuvo un auge importante y fue implantándose paulatinamente en la sociedad nipona, dominada por el bipartidismo de los partidos Seiyukai (Conservador) y Minseito (Liberal). El partido Seiyukai representante de los Latifundistas y el trust industrial del Mitsui, con grandes intereses comerciales en China era de índole imperialista. En cambio el partido Minseito representante de los hombres de negocio y el importantísimo grupo económico Mitsubishi era de índole tolerante y favorecedora del expansionismo comercial. El partido Minseito en el poder de 1924 a 1927 y de 1929 a 1931 tuvo en el Barón Shidehara a su ministro de Exteriores, que consiguió el apaciguamiento con la URSS, y una política más elástica con el gobierno de Chiang Kai-shek, y se mantuvo al margen de las disputas fronterizas de China y la URSS en Manchuria. En cambio de 1927 a 1929 en que el partido Seiyukai tuvo el poder y al general Tanaka como su ministro de Exteriores, se reforzó su posición en China mediante el envió de tropas al país y las constantes refriegas entre sus hombres y las tropas del líder Nacionalista. La política exterior japonesa en China no dio los frutos perseguidos pues mientras Minseito buscaba la colaboración China mediante acuerdos comerciales que daban frutos a largo plazo, el Seiyukai buscaba la colaboración inmediata mediante la presión del aumento de tropas japonesas en Corea y Manchuria. El gobierno del general Chiang Kai-shek tampoco se mostró muy favorable a las maniobras conciliadoras del Barón Shidehara, lo que supuso un aumento de las fricciones en la clase política japonesa y el aumento de los grupos extremistas en Japón. Japón llevaba décadas de una guerra soterrada interna debido a la gran diferencia de clases existentes. Todavía con una forma de vida semifeudal, los campesinos debían pagar unos tributos elevados sin ninguna contrapartida a cambio, mientras que los grandes terratenientes y la nueva burguesía industrial estaban enfrentados por las ayudas gubernamentales. Habiendo llegado tarde a la repartición colonial del planeta, la gran producción del Japón no podía ser absorbida por la mayoría campesina y obrera del país cada vez más pobre, que empezó a radicalizarse mediante el nacimiento de movimientos campesinos y obreros de índole marxista y anarquista. En 1925 durante el gobierno de Kato se veían diariamente la represión de manifestaciones y revueltas de tendencia izquierdista que ni siquiera con el sufragio universal se consiguió aplacar. Así fue que se vio obligado a promulgar una Ley que prohibía los movimientos y partidos considerados subversivos. Sin apenas colonias exteriores que necesitaran una demanda de productos manufacturados desde la metrópoli, estos debían buscar una salida hacia el inmenso mercado Chino, mercado atractivo también para británicos y sobre todo estadounidenses, pues Europa era cada vez menos dependiente de los EE.UU. debido al resurgimiento de sus industrias tras la guerra y su aumento de producción. El año 1928 vio un aumento de la crisis interna japonesa y el gobierno de Seiyukai, ahora con una mayoría extremista entre sus filas, inició una guerra de represiones contra sus adversarios políticos. La grave crisis de 1929 sacudió de forma dramática a Japón, y las medidas adoptadas por el gobierno no mermaron su impacto a la economía, lo que se tradujo en ese invierno en una hambruna que asoló el norte del país y que se cobró cientos de víctimas entre los campesinos y las clases más desfavorecidas. Esto produjo un aumento del poder militar en la política japonesa, llegando a crear un gobierno paralelo. El Ejército japonés partidario de la intervención en China empezó a actuar por su cuenta en el continente. En 1931 mediante un ataque preparado sobre el ferrocarril de Manchuria (un hecho del que tomaron buena nota los nazis para emplearlo más adelante con Polonia) acusaron a las tropas Nacionalistas de Chiang Kai-shek del hecho e invadieron Mukden. Pekín acudió a la Sociedad de Naciones pero esta resolvió de manera tibia que China y Japón resolvieran sus diferencias pacíficamente, acordando el envió de una comisión a Manchuria para que estudiase el hecho. Incluso EE.UU. que no pertenecía a la Sociedad se mantuvo al margen. Japón aceptó -sobre todo gracias a las maniobras de Shidehara por frenar a los militares- reparar los hechos, pero hacia finales de 1931 los “ultras“ consiguieron desbaratar sus esfuerzos y éste tuvo que dimitir. En enero de 1932 la marina ataca Shangai y el gobierno Chino se granjea las simpatías de las potencias occidentales lo cual derivó en una pérdida de prestigio de Japón. Aun así, la Sociedad de Naciones se mantuvo al margen y los EE.UU. (que no pertenecían a dicha Sociedad y por lo tanto tenían las manos libres de actuar) apelaron por la neutralidad, pero en cambio trataron de que la Sociedad de Naciones si actuase en su nombre, pero ésta, y sobre todo Gran Bretaña, preferían mantenerse al margen, por lo que la casta militar japonesa continuó con los movimientos hacia el interior de Manchuria. En marzo de 1932 se creó el Estado de Manchukuo bajo “protectorado“ japonés. Viendo en ese momento que sus intereses comerciales estaban en peligro, Washington exhortó a la Sociedad de Naciones a que no reconociesen dicho Estado y en febrero de 1933, con el único voto en contra de Japón, la Sociedad de Naciones no reconoció el nuevo estado bajo dominio japonés, pero abogaba por la autonomía de dicho estado bajo control Chino. Japón anunció entonces su abandono de dicha Sociedad para marzo de ese año y continuar su expansionismo en China hacia Jehol y la provincia de Pekín al sur de la Gran Muralla. Al final se consiguió una tregua de compromiso, creándose una zona desmilitarizada en la zona septentrional de China que excluía Pekín por dos razones: la primera que en Japón las fuerzas moderadas habían conseguido refrenar a las fuerzas militaristas -la última vez que lo lograron antes de sucumbir definitivamente ante éstas- y la segunda que en China la política de reunificación de Chiang Kai-shek había tenido un éxito parcial, y las fuerzas comunistas de Mao Tse-tung eran consideradas más peligrosas que las japonesas por lo que se había movilizado gran parte del ejército chino contra éstas, quedando indefenso en la zona en disputa. Los años siguientes fueron de una tensa calma entre ambos países. Los Nacionalistas de Chiang Kai-shek enfrascados en su lucha particular contra las fuerzas comunistas de Mao, lograron expulsarlos del centro del país, y los arrinconaron en los confines de Mongolia, en la denominada “la larga marcha”, en la que tuvieron que atravesar cerca de 10.000 kilómetros, creando la RSS de Shensi. Allí se topó por primera vez con las tropas japonesas de Mongolia. Mao cambió su táctica y logró aglutinar a su alrededor a los que se oponían también a la invasión japonesa. Este punto había sido olvidado por Chiang Kai-shek, y tras la desastrosa intentona Nacionalista de acabar con ellos en 1936 -en la cual el ex-gobernador de Manchuria Chang Hsuen-liang tuvo parte de culpa al negarse a participar, aduciendo que era más importante acabar con la dominación nipona que la comunista- arrestó a Chiang Kai-shek cuando éste lo visitó para tratar de recuperar el control de la situación, y forzó una colaboración entre éste y Mao, quien era auspiciado por Stalin. En febrero de 1937 finalmente se reconocía el pacto antijaponés entre Kuomintag (nacionalistas) y Kuomintern (comunistas) y las fuerzas de Mao se integraban en el 8° Ejército y se reconocía la República de Mao como región autónoma. En Japón los elementos moderados trataron de dar un contenido teórico-ideológico a su política expansionista en Asia oriental, una especie de “Doctrina Monroe“, en donde se abogaba por la no-ingerencia externa en los problemas internos de los países asiáticos, dejándoles solos para resolver sus disputas y dejando a China aislada en sus problemas con Japón, pues éste se opondría a las potencias que la asistieran colectivamente, pero permitía una ayuda limitada mientras Japón no la considerase perjudicial para la paz de Extremo Oriente. Tras la enunciación de esta doctrina, Tokio intentó llevarla a la práctica, presentándola al gobierno de Chiang Kai-shek en 1935, quien la rechazó de plano, Aun cuando Japón le prometía asistencia en su lucha contra los comunistas. Las grandes potencias se inhibieron ante las pretensiones japonesas. Gran Bretaña alarmada de la situación en Europa y como sus intereses en China no se veían amenazados (región del Yang-tse Kiang), evitó una actitud intransigente. La URSS por su parte, no queriendo acentuar sus tensiones con Tokio, adoptó algunas precauciones indirectas en 1936, firmando un acuerdo de asistencia con la República Mongola, amenazada por Japón, y entabló buenas relaciones con Pekín en un marco al acercamiento entre Nacionalistas y Comunistas. Los EE.UU., más preocupados por sus intereses en Asia que los europeos, trataron de imponer una versión más atenuada formulada por Stimson con la llegada de los Demócratas al poder, llegando a retirar a la Flota del Pacífico. La “Gran Depresión“ solo les permitía la maniobra política. A pesar de las vacilaciones de las potencias occidentales, Tokio Aun temía una fuerte oposición a su política exterior, por lo que buscó un aumento de su poder militar. En 1935 denunció los anteriores tratados armamentísticos y exigió la paridad con Gran Bretaña y los EE.UU., los cuales se negaron en redondo dando al traste con la conferencia, lo que permitió al Japón aumentar considerablemente su flota. La perspectiva de un aparato militar más poderoso no hacía olvidar a Tokio el peligroso aislamiento al que le habían llevado sus continuas rupturas de relaciones internacionales, lo que le llevó a la búsqueda de nuevos contactos internacionales. La grave crisis económica había impedido a las grandes potencias aprovechar el aislamiento Japonés. En la década de los ’20, Washington y Londres se habían mostrado indulgentes con el expansionismo nipón en Asia, porque un Japón fuerte frenaría la expansión de la URSS y el comunismo en Extremo Oriente, lo que permitiría el fortalecimiento de ambos países para intentar frenar al Japón en el futuro, pero un nuevo nubarrón se cernía en el horizonte... En la década de los ‘30 Europa se convulsionó con el auge de los Fascismos. El nacimiento del III Reich absorbía toda la atención de Gran Bretaña y creaba ecos en los EE.UU. y promulgaba el antagonismo entre los distintos Estados Europeos, por lo que la contraofensiva occidental en Extremo Oriente se hacía virtualmente imposible. Habiendo descubierto Japón este punto débil en las potencias occidentales, inició su aproximación a los Fascismos Europeos. Al crear con ellos una alineación diplomática conectaba la crisis Europea con la Asiática. Japón se aseguraba “manos libres“ en su política asiática. El 25 de noviembre de 1936 Tokio y Berlín firmaban el “pacto Anti-Komintern“, que aseguraba la asistencia mutua contra el auge de los comunismos en el mundo. En realidad sentaron las bases del futuro “Pacto Tripartito“ y el 6 de noviembre de 1937, Roma se adhería al pacto. En Japón los cambios que llevarían a la guerra con EE.UU. se sucedían rápidamente. La casta militar desafiaba abiertamente a las fuerzas democráticas acusándolas de corruptas, cobardes y con una tendencia al comunismo debido a las reformas agrarias y las ayudas a los campesinos. Los grandes conglomerados industriales y comerciales veían así recortados sus privilegios, por lo que apoyaron al Ejército en sus demandas de mayor represión y presión en China. Finalmente todo se desencadenó rápidamente: el partido Minseito salió vencedor en las elecciones de 1936 lo que presagiaba la continuidad de las ayudas a los campesinos y obreros, el mantenimiento del punto muerto de las hostilidades en China y el acercamiento diplomático con Pekín, el recorte de poder de las grandes corporaciones y lo que era aun peor, el aumento del poder civil sobre el militar. El 26 de febrero de 1937 un grupo de jóvenes oficiales dieron un sangriento golpe de Estado. Muchos ministros y colaboradores del partido Minseito fueron asesinados, y los autores fueron aclamados como héroes nacionales. La democracia en Japón había desaparecido hasta 1945, aunque se mantuvo una parodia de parlamento dirigido por el Ejército y apoyado por las grandes corporaciones industriales y económicas de Japón. Con las manos libres para actuar en China, el Ejército volvió a preparar un “incidente“ en el puente Marco Polo en las afueras de Pekín, y el 7 de julio de 1937 reanudó su conflicto con China. Pekín cayó el 28 de julio y como una marea imparable el Ejército japonés se extendió por toda la China Septentrional. En la primera mitad de agosto, las tropas japonesas desembarcaron en Shangai, que cayó tres meses después. Nanking cayó en diciembre. En 1939 Japón era el amo de toda la China Septentrional al este del Hang-ho y de las principales ciudades de la costa meridional, controlando de esta forma las regiones más ricas de China. Japón sabía que le sería imposible conquistar todo el país, por lo que se limitó al control de los principales puertos, ciudades y vías de comunicación. Las regiones agrícolas desde Mongolia hasta Indochina se estaban convirtiendo en el mayor campo de batalla del planeta hasta el momento. La guerra Chino-Japonesa de 1937-41 no existió nunca oficialmente (al igual que los EE.UU. en Vietnam de 1964-72). Tokio no la reconoció así para evitar que Chiang Kai-shek acudiera a la Sociedad de Naciones y reclamase la intervención extranjera contra el agresor japonés, y Chiang Kai-shek no la declaró para evitar aparecer ante el mundo como el agresor, y evitar así que Tokio recibiese ayuda de sus aliados Fascistas Europeos. Aun así la respuesta de la Sociedad de Naciones y las grandes potencias fue vaga, y se limitó al envió de ayuda a China por parte de los EE.UU. y la URSS. Esta poca ayuda fue debido sobre todo a la crisis europea que acabaría en el estallido de la segunda guerra mundial, por lo que Japón pudo moverse a sus anchas por China y el Mar de China. Además vio reforzada su posición por la firma del “Pacto Tripartito“ en Berlín en 1940, lo que le permitía formar un Nuevo Orden en Asia Oriental. La caída de Francia, Holanda y la soledad de Gran Bretaña en 1940, creó un vacío de poder en el sudeste Asiático que aprovechó Tokio para que Alemania presionara al Gobierno de Vichy para permitir el acantonamiento de tropas japonesas en Indochina, y que esta colonia francesa se convirtiera en un “Protectorado“ japonés. Todo esto ponía bajo la amenaza japonesa, el envió tanto a Europa como a los EE.UU., de materias primas esenciales como el caucho o petróleo. Gran Bretaña completamente absorbida en su guerra con Alemania nada pudo hacer, por lo que los EE.UU. tuvieron que hacerse con el control del comercio libre en el sudeste Asiático. Presionaron al gobierno holandés en el exilio en Londres para que cesara el envío de petróleo al Japón. También presionó con un embargo económico a los estados que aun mantenían relaciones comerciales con Tokio, para que rompieran relaciones comerciales. Presionaron aun más trasladando su Flota del Pacífico hasta Pearl Harbor en Hawaii y congelaron las inversiones y bienes japoneses en territorio de los EE.UU.. Japón no estaba preparado para esta ofensiva, pues al igual que Alemania en 1939 con Polonia, creyó que todo se resumiría a las eternas condenas pero sin pasar a la acción directa, por lo que fue pillado completamente de improvisto. Tanto su Marina como su Ejército se encontraban enfrascados en sus operaciones en China, por lo que las hostilidades abiertas en ese momento estaban descartadas, y por tanto trataron de ganar tiempo mediante la diplomacia mientras se preparaban para la “única solución“ viable que estaban dispuestos ha aceptar los militares: la guerra con EE.UU. y Gran Bretaña. Los EE.UU. en 1941 comprendieron la estrategia japonesa y la administración Roosevelt (deseosa de entrar en el conflicto europeo y por ende con Japón para poder ocupar los restos de las colonias europeas en el sudeste Asiático, y hacerse con el control de las importantísimas materias primas que allí se encontraban) presentaró un ultimátum a Tokio a sabiendas que ninguna nación soberana lo aceptaría: el cese de todas las hostilidades en China y la retirada de sus fuerzas armadas a las fronteras reconocidas en el “Protocolo Bóxer“ de 1900, lo que convertiría a los EE.UU. hasta el final de la contienda en Europa en administrador de las colonias europeas en el sudeste Asiático y Extremo Oriente y en los nuevos dueños del Pacífico. Japón comprendió que aquello era una declaración de guerra encubierta y ultimó los preparativos que desembocarían en el trágico domingo 7 de diciembre de 1941 (8 de diciembre en Tokio). José Miguel Fernández Gil |
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